24 de enero de 2013

Quien quiera entender, que entienda

Hay canciones que solo con escucharlas te teletransportan a un momento de tu vida. Yo incluso tengo montones de discos vetados, que soy incapaz de escuchar sin que me envuelva la nostalgia y muchas veces, las nauseas. Sobretodo me ocurre con las canciones que escuchaba en la etapa post-púber en el que todo olía diferente, las cosas se vivían con una intensidad frenética.
Recuerdo ir cada mañana al instituto, APÁTICA, porque ese era el adjetivo que todos mis profesores escribieron en mi frente sin preguntarse siquiera el motivo. Y siempre ahí estaba ella paseando a su perro. Tenía el pelo interminable cobrizo, liso, brillante. Unos ojos verdes que casi conseguían que latiese algo previamente muerto en mi pecho. El cigarrillo y sus labios eran uno. Lánguida y ausente, poseía una indiferencia que aunque parezca un tópico, solo se tiene con catorce años.
Tras un año adorándola en secreto, un giro del destino y su desdén por estudiar la llevaron a repetir curso y fuimos a la misma clase.

Pasaba las horas muertas contemplándola. Parecía gritar en silencio, y solo yo podía escucharla. Nos sentábamos juntas en clase de dibujo, y un día que nunca olvidaré, me propuso saltarnos la clase para ir a fumar al baño. Algo totalmente absurdo e insalubre, pero ¿desaprovechar la oportunidad de respirar su humo y CO2?
Tardé varios años más en ser consciente de por qué lo vivía de ese modo, en ese instante sólo sentía. Me contó historias de su familia que recuerdo con todo detalle, cosas íntimas y privadas que en ese momento le afectaban. Dijo la típica confusa frase de "esto nunca se lo había contado a nadie". Y me besó. Fue un beso largo y seco, con sabor a alquitrán y a cielo. Atusó su perfecta melena y me dijo adiós, aunque yo permanecí sentada sobre el lavabo una eternidad. Consiguió detener el tiempo y cuando por fin se reanudó, la vibración de mis latidos había ensordecido el timbre escolar.

Esa misma noche salí con mis amigas al único garito en el que nos dejaban entrar, un hervidero de pseudo-niños que se creen guays por llevar en la mano un sello. Solo quería verla a ella, nada más importaba. Esperé varias horas hasta que apareció a cámara lenta, como si fuese la estrella de un tele-film yanqui. La acompañaban varios chicos mayores con pinta de tener demasiada escuela.
Como pringada, lo único que ansiaba era volver a sentir la adrenalina que en ese baño había sentido. Quería formar parte de su mundo, de su rutina, de ella. Pero aquella nínfula perfecta de alma atormentada; mi versión femenina de Holden Caulfield; Lolita de mis sueños; amor platónico; mi pelirrojo Objeto oscuro de deseo; era lo que en argot callejero se conoce como una comebolsas. Vi como sus supuestos amigos la manoseaban  inmerecidamente por turnos mientras yo permanecía como un holograma con el corazón inmóvil.
No fue la primera fémina que me besó, tampoco la última. Pero después de aquel curso de instituto, nunca volví a ser la misma.

Años después me la encontré en un bar... pero eso ya es otra historia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario