Me hago vieja. Pasan los días y los años sin que sea consciente de ello. Me agobio, no crezco, estoy en un perpetuo letargo. Todos a mi alrededor giran mientras permanezco anclada siendo un simple holograma de mí misma. Quiero detener el tiempo, puede que no ahora mismo, sin duda elegiría un momento en el que fui absolutamente feliz. Un momento que compartí, un día como hoy hace cuatro años.
Quiero amor, deseo, pasión, ternura, cariño. Pero al mismo tiempo tengo demasiado miedo. A que me hagan daño, al rechazo, a que la gente vea realmente como soy y no me quiera.
Y soy consciente de que es estúpido y absurdo porque por primera vez en mucho tiempo estoy aprendiendo, o volviendo, a no querer cambiar por otro el reflejo que me devuelve el espejo. A aceptar tal como son mis limitaciones y defectos, e intentar sacar de ellos la virtud.
Diane Arbus, Autorretrato ante el espejo |
Sé que la apariencia solo es una lacra que nos ata al moldeado espejismo que la sociedad intenta que alzancemos. A pesar de ello, no puedo evitar dudar continuamente de mi intelecto, mis pensamientos, mi físico. Intento día a día ser mejor de lo que fui, pero me pregunto, ¿mejor con respecto a qué?
¿Por qué tememos tanto el rechazo, por qué importa tanto la aceptación de los otros? ¿Es simple miedo a la soledad, o se trata de un miedo más primario, más infundado?
Sea cual sea, hace tiempo que me di cuenta de que mi mayor miedo no es el rechazo, la soledad, ni siquiera la muerte. Mi mayor temor siempre ha sido la autodestrucción.
Acabar como él y que alguien se deprima como yo haré mañana. Necesito mimos, necesito saber que hay alguien ahí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario