7 de enero de 2013

Estrella del Rock & Roll, 2ª parte

Fue a los once años. Un día caluroso de junio, una comida con mucha gente. Le vi, probablemente rondaba los veinticinco. Desgarbado, delgado y muy punk, con una actitud y un nihilismo que me cegaron como un flashazo. Le admiraba sin conocerle con el fervor de la adolescencia, las hormonas disparadas y unas irrefrenables ganas de que me acercase al mal camino. Desde ese preciso instante, quise ser una estrella del rock.
Nunca me dirigía la palabra ni clavaba sus ojos en mí. Uno, dos, tres años después iba con dos amigos a su casa de vez en cuando a ver cómo tocaba la guitarra; casi siempre tocaba solo, pero si había suerte estaba con su grupo. Cantaba, bebía, escupía en el suelo y soltaba más palabrotas que versos. Yo me quedaba quietecita en un rincón embelesada con cada movimiento, con cada gesto, con el ritmo y el compás de sus acordes, de su respiración. En ocasiones nos quedábamos solos en esos diez metros cuadrados. Escasos metros que para mí significaban la total proximidad mientras que él se comportaba como si estuviese solo.
Un día dejé de ir a esa casa, pero seguí escuchando día y noche sus maquetas, mi inagotable sed por el rock y el punk no cesó. Me sumergí en espirales de caos, conciertos, pogos, alcohol y ganas de quemar todo a nuestro paso. Conocí a otros guitarristas, bajistas, baterías y cantantes con quienes compartí escepticismo, canciones y sábanas mientras sentía la embriaguez del sueño que aunque no se cumplía, me rozaba con sus dedos. Quemé todos mis cartuchos, corrí sobre cristales, me saturé de codazos en las costillas mientras supuraba rabia y dolor por cada poro.
Y salí con una auténtica estrella del rock. De esas que salen en revistas, firman discos, tienen groupies y llenan salas. Y me enseñó que mi sueño, mi deseo, mi anhelo era erróneo. Que idealizar no era más que eso, que la actitud está sobrevalorada, y por primera vez quise al individuo y no a la estrella.


Trece años después de aquel día caluroso, de aquella comida, de aquellos miles de encuentros en los que el desgarbado nunca me dijo una palabra, me crucé con él en un bar. Estaba increíblemente desmejorado tras sus devaneos por el trullo y las clínicas de rehabilitación en las que solo dejó atrás tiempo y dinero. Y por primera vez, me miró a los ojos y me dijo lo que durante años suspiré por escuchar. Una falsa declaración de amor, besos robados en el cuello y manos largas intentando rozar mi cintura. ¿Y sabéis qué? Ni siquiera le dirigí la palabra, no merecía la pena. Me marché como si nunca hubiese estado en mi vida, dejándole realmente solo en esos metros cuadrados.

2 comentarios:

  1. Buen lavado de cara al blog, está impresionante! y Me dan mucha envidia (de la sana XD) tus regalos de reyes!!! Un besote y feliz año

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  2. Gracias! Lo de los regalos de reyes, ya sabes, queda poco para tu cumple... Seguro que si pides te cae algo. Feliz año, un beso!!

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