5 de abril de 2013

Schlafzimmer

Mi habitación es mi refugio, mi nido, mi guarida. El espacio en el que huyes de todo para encontrarte contigo. Odio a la gente que dice que el dormitorio es solo para dormir. Pobres ellos, o afortunados, de no tener sesiones intensas de teletecho barajando preocupaciones, sueños o anhelos.
Hasta los ocho años pintaba las paredes de mi cuarto, con tizas y pinturas. Dibujaba personas, palabras, amores que en ese momento lo eran todo y en un futuro fueron piezas clave para comprenderme. Esas paredes no solo albergaban oxígeno y muebles, albergaban princesas y dragones, maternidades y luchas y miles de mundos de fantasía creados del aire.
Después me mudé de ciudad a una casa en la que las paredes me fueron vetadas, pero cuyo suelo era de moqueta. Y tumbada siempre en ese suelo pasé de crear mundos de fantasía a vivirlos en la piel de otro a través de cientos de libros de los que aprendí casi todo cuanto sé.
A los trece años volvió a cambiar el escenario, y con él llegó la introspección, la música y los libros con luz tenue. La oscuridad, la soledad, la poesía. Un torbellino que podría comprenderse leyendo a Eugenides.
Los diecisiete trajeron un nuevo giro del guión. Una habitación de paredes verdes y sábanas rojas, donde cual lobo estepario ataque presas y desangré cuerpos. Una habitación que ahora contiene más libros de los que leería en diez años, y más recuerdos que kilos de papel.

Los veintidós me llevaron a la habitación de paredes moradas y sábanas de cebra, que solo compartí con dos amantes: amor y soledad. La habitación de los vinilos y las primeras sensaciones de realidad.


Hasta que el abismo que viví en ella me llevó a la peor de todas. Mi habitación en Austria. Un lugar que nunca fue mío, que nunca tuvo nada de mí aunque me tuviese presa. Un lugar en el que aprendí muchas cosas, pero donde no quise dejar ni una huella. Porque desde sus ventanas descubrí que mi corazón lo robaron los Alpes, no la caja impersonal que debía habitar.



Finalmente el pluriempleo floreció en la emancipación, la independencia y la libertad. Ahora tengo un nuevo lugar en la falda de esos Alpes al que puedo llamar mío, veintidós metros cuadrados pseudovacíos, de sabanas negras y paredes blancas, como el maravilloso futuro que quiero que me espere en ellas.




Dedicado a Ana Garro. Un beso.

2 comentarios:

  1. Me ha encantado la reflexión, creo que mucha gente podríamos hacer una igual para recoger capítulos de nuestra vida :) muchos abrazos, Ari.

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  2. Muchas gracias, ya se echaba en falta que escribieras (y es que lo haces jodidamente bien). Supongo que todos tenemos espacios en los que nos vemos reflejados y los tuyos en particular me han gustado mucho. En mi vida mis habitaciones también han sido un espacio hecho a mi, siempre demasiado horror vacui pero seguramente me definen. Besos.

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